sábado, 14 de septiembre de 2013

Élévation.

Yo sólo quería huir, estar solo, y buscar compañía sin dejar de estar solo. No sabría explicarlo...
La miraba pasar sin dejar de fumar, pensando que todas las mujeres que merecían la pena, eran siempre de otro. Que todas estaban dispuestas a echarse a los brazos de cualquiera que le llevase un ramo de flores, y para mí, que sólo tenía una botella de whisky barato y la mente enturbiada por el alcohol, había reservado un destino acorde a mis pésimas decisiones.

Apareció gustando de tu ligero perfume a cerveza, y tus constantes arrebatos de embriagada sinceridad. Con alguien a quien esperar, y que me espere, desechaste el "tú no eres para mí y yo no soy para nadie".
Hizo que el diluvio universal parase, y procuró fuego para el cigarrillo, y para el corazón, y para el alma.

Purifica el aire, y tu mente. Placer inefable del que contempla en ella el universo, tan lejana como este.
Lejana, como una vida pasada; inalcanzable, como una vida junto a ella; desoladora, como la visión de quien observa aquel paraje que antaño fue nuestro reino.

Entras por aquí, das una vuelta, me vuelas la cabeza y vuelves a salir. No hace falta que te pongas tan guapa, cariño, me vas a romper el corazón de todos modos.

Desde el fondo me elevo, me recompongo contagiado de su brillo, ella revive todo lo que toca; y estallo. Caigo, vuelvo a hundirme, y vuelvo a esperar que me cojas aunque la lejana luz ya no baña, ciega.
Ciego de nostalgia, la nostalgia del que ya no la encuentra, del que ya no se encuentra.

Ahora todas las ciudades parecen pintadas en el mismo gris, el contagioso y desabrido gris del asfalto. Sombra en un trozo de noche, turbio, huérfano en la aurora. Vivir por un rato eso, sentirte nada.

Nuestro fuego se balancea, y más allá de todo, me sigues elevando. Porque, ¿quién se atreve a entender todo sin empeño?

jueves, 9 de mayo de 2013

Happy Days.

Abigail.
Solo y sin afeitar, solo en esta cama que antaño fuese tu reino.
Otro whisky más, por favor, no lo creo poder soportar.
No es pena, no es dolor, es este mundo.

Me desilusiona despertarme todas las mañanas y ver que sigo vivo.
Un día entendí que mi vida iba a ser horrible si así era la persona que iba a ser durante el resto de mi existencia.
Vi que mi vida no tenía sentido. Quiero decir MI vida, mi vida en sentido literal.

Esto es lo que queda. Aquí me encuentro, con otra diatriba empañada por el alcohol. De nuevo por el alcohol, recurrente compañero, que vuelve siempre con nocturnidad y alevosía.
Pero excluyendo a las extremidades agarrotadas y una mente excesivamente despierta, no hay nada más, o al menos no lo noto.

¿Dónde están los sentimientos puros? No puedo verlos, no puedo tocarlos, no puedo escucharlos, no puedo sentirlos... puedo oír algunas palabras, pero sólo eso.
En cambio, puedes sentir el dolor, el miedo, la amargura... o al fin y al cabo, la expresión de estos, la depresión.
Puedes sentirla en la boca del estómago, verla en el cuerpo demacrado tras el tiempo, casi puedes tocarla en su máxima expresión. Es el sentimiento más demoledor. No puedes nadar en su contra, engañarla, o intentar sortearla. Nada se puede. Te arrolla como una riada toda la maleza, o una manada de caballos desbocados que te pisotea.
Entendí que la depresión es como una navaja apoyada en tu garganta, cuanto más luchas contra ella, más te corta la carne.

Dejadme con mis pensamientos negativos, yo los acepto. No les tengo miedo, permanecen más tiempo a mi lado que cualquier persona.
Me gusta el gris de las ciudades, los aspectos más tenebrosos de la noche, me gusta la temida por tantos, soledad; no la soledad en su sentido etimológico, sino la compañía de esta.
También me gustan los sonidos crudos, en consonancia con lo desgarrador de la noche; al igual que el dolor, a veces como expresión de un sentimiento mayor, que no puedes describir a nadie con la suficiente claridad, ni con las adecuadas palabras.

Quizá esta es una autoconfesión más, como tantas otras, o quizá es una excusa para librarme del aspecto social de la vida. Pues no importa dónde esté, siempre me empeño en vivir encerrado en mí mismo.

Lo que es seguro, tras beberme a regañadientes este último trago de mortífero alcohol barato, es que soy un ejemplo lamentable de talento mal empleado.