jueves, 9 de mayo de 2013

Happy Days.

Abigail.
Solo y sin afeitar, solo en esta cama que antaño fuese tu reino.
Otro whisky más, por favor, no lo creo poder soportar.
No es pena, no es dolor, es este mundo.

Me desilusiona despertarme todas las mañanas y ver que sigo vivo.
Un día entendí que mi vida iba a ser horrible si así era la persona que iba a ser durante el resto de mi existencia.
Vi que mi vida no tenía sentido. Quiero decir MI vida, mi vida en sentido literal.

Esto es lo que queda. Aquí me encuentro, con otra diatriba empañada por el alcohol. De nuevo por el alcohol, recurrente compañero, que vuelve siempre con nocturnidad y alevosía.
Pero excluyendo a las extremidades agarrotadas y una mente excesivamente despierta, no hay nada más, o al menos no lo noto.

¿Dónde están los sentimientos puros? No puedo verlos, no puedo tocarlos, no puedo escucharlos, no puedo sentirlos... puedo oír algunas palabras, pero sólo eso.
En cambio, puedes sentir el dolor, el miedo, la amargura... o al fin y al cabo, la expresión de estos, la depresión.
Puedes sentirla en la boca del estómago, verla en el cuerpo demacrado tras el tiempo, casi puedes tocarla en su máxima expresión. Es el sentimiento más demoledor. No puedes nadar en su contra, engañarla, o intentar sortearla. Nada se puede. Te arrolla como una riada toda la maleza, o una manada de caballos desbocados que te pisotea.
Entendí que la depresión es como una navaja apoyada en tu garganta, cuanto más luchas contra ella, más te corta la carne.

Dejadme con mis pensamientos negativos, yo los acepto. No les tengo miedo, permanecen más tiempo a mi lado que cualquier persona.
Me gusta el gris de las ciudades, los aspectos más tenebrosos de la noche, me gusta la temida por tantos, soledad; no la soledad en su sentido etimológico, sino la compañía de esta.
También me gustan los sonidos crudos, en consonancia con lo desgarrador de la noche; al igual que el dolor, a veces como expresión de un sentimiento mayor, que no puedes describir a nadie con la suficiente claridad, ni con las adecuadas palabras.

Quizá esta es una autoconfesión más, como tantas otras, o quizá es una excusa para librarme del aspecto social de la vida. Pues no importa dónde esté, siempre me empeño en vivir encerrado en mí mismo.

Lo que es seguro, tras beberme a regañadientes este último trago de mortífero alcohol barato, es que soy un ejemplo lamentable de talento mal empleado.