martes, 29 de noviembre de 2011

How to write, to read and to live.

Escribir te impele a terrenos desconocidos, te empuja a vagar por tu psique, te impulsa a mirar dentro de ti y sacar todo tipo de pensamientos fantásticos, ideas, propósitos, intenciones..., te ayuda a razonar y reflexionar sobre ámbitos de lo que es tu vida, o de lo que podría haber sido. Escribir te tranquiliza, te distiende y te modela. O lo hacía.


Todo cambia. Parafraseando, "todo pasa y nada queda." Hoy día, escribir conforma tu forma de ver a las personas, de ver los sentimientos, de ver el mundo. Constituye la gran y desaprovechada máquina pensante que eres. Pensar, es gratis, dejarse dominar, desmotiva. Escribir es el germen de tu rabia, de tu exasperación, de tu intranquilidad, de tu odio y resentimiento.

Porque escribir te enseña la expresión correcta del descontento de una vida insatisfecha. Te provee de un vocabulario capaz de analizar la verdadera belleza del todo y hacer que esta se convierta en algo alcanzable y pueril, en contraposición a algo ilusorio y maravilloso, tal y como debería permanecer.

Era un hombre bastante inteligente. Se sentaba, admiraba el entorno y su vida y se reía. Luego escribía alguna cosa, y después se reía de lo que había escrito.
Ya sólo podía reírse, de sí mismo, de los demás, de sí mismo de nuevo... pero con una risa pesarosa y llena de aflicción.

Escribir te provee de un vocabulario capaz de hallar lo extenso y desalmado de la retórica de quien no te ama, y la incongruencia causada por el desaliento de quien te ama en demasía.
Te ves capaz de idealizar, poetizar y encontrar a tu mujer perfecta, ese tipo de mujer por la que un hombre se daría de hostias con otro hombre. Te ves capaz de engatusarla y seducirla, de conquistarla y embelesarla con palabras y expresiones, que burdas y torpes en tu cabeza fluyen fuera como lava; en una colada suave, silenciosa, implacable y ribeteada con vivos colores.

Pero el escritor también puede salir de la burbuja por sí mismo y el peso de sus palabras, y darse cuenta de que tú y ella, érais íntimos, íntimos desconocidos.
Y ahora usar toda tu palabrería y terminología para describir otra sensación.
La sensación de estar solo, no poéticamente, o hermosamente solo, sino solo, a secas.

Vas por mal camino, chico. Este intelectualismo no te traerá nada bueno.
De mayor querías ser idiota, y lo estás consiguiendo.

Y todo esto, no es culpa de saber escribir y expresar con los términos y vocablos correctos la exteriorización de los pensamientos, de sentarte mientras te fumas un piti y que tus dedos se muevan automáticamente... Es culpa de la literatura. Pues todo escritor, antes ha leído, se ha nutrido y empapado de miles de textos y se ha visto reflejado en ellos. Y sentirse identificado con autores que hablan de pesadumbre, misantropía, miedo y desesperanza con doce o trece años es algo que deja vestigios y te marca, como si fueses uno de esos apestados, y que ha visto todo el mal posible por ojos propios y ajenos.

Si... eso es. Echemos la culpa de la tragedia de nuestra vida a la literatura... y sigamos escribiendo.

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